Un negocio con alma, a cargo de otra Alma.
En una ciudad como Culiacán que cambia a ritmo vertiginoso, donde los negocios nacen y mueren al paso de las modas, hay historias que resisten. Una de ellas se escribe desde 1995, al calor de una plancha, entre el olor del café recién colado y las conversaciones de los clientes que ya son parte del paisaje. Es la historia de El Resta de las Marías, un lugar que no solo sirve comida, sino también pertenencia.
Alma Cecilia Inzunza Campos fundó el restaurante con una idea sencilla: vender taquitos dorados por docenas. Era el año de1995 y el primer local se levantaba modesto en la calle Hidalgo, entre Sepúlveda y Guerrero, en Culiacán.
“Les dábamos su verdura, su caldito y su queso para que se los llevaran a su casa”, recuerda.
Pero los clientes empezaron a pedir desayunos, luego comidas corridas, y el proyecto creció con ellos. Tres décadas después, aquel pequeño local se convirtió en un referente gastronómico que sobrevive no por casualidad, sino por convicción.
Al entrar a El Resta de las Marías —nombre que adoptaron oficialmente en 2025 para registrar su marca— uno siente que el tiempo se ablanda.
La decoración, los aromas y la calidez del personal construyen un refugio dentro de la ciudad.
“Tenemos clientes que vienen los siete días de la semana; si un día faltan, hasta les ponemos falta”, dice Alma con una sonrisa. Esa complicidad entre comensales y personal ha hecho del lugar una pequeña comunidad.
El menú conserva el alma regional: machaca, asado, enchiladas, gorditas, taquitos, carnes y mariscos. El platillo emblema, “María Sinaloense”, es una síntesis de identidad.
“Manejamos productos locales, y aunque también tenemos hot cakes o hamburguesas, nuestros fuertes siguen siendo los desayunos y los antojitos”, explica la fundadora.
Más allá del sabor, el secreto de este restaurante familiar radica en la coherencia: no sacrificar calidad por precio.
“No buscamos lo más barato, sino lo mejor. Nuestra utilidad está en generar confianza y amistades”, afirma Alma.
Por eso rechazan ofertas de insumos más económicos si eso compromete su estándar. La fidelidad a los proveedores y la escucha constante a los clientes se han vuelto su política interna.
El equipo de trabajo —15 personas— funciona como una familia extendida.
“El éxito no es de una sola persona, es de todos”, dice la empresaria. Muchos jóvenes comienzan como meseros y escalan a jefes de piso; otros estudian mientras trabajan. En tiempos donde la rotación laboral es alta, El Resta de las Marías es una suerte de escuela de hospitalidad.
La pandemia fue una prueba de fuego. Pasaron de tener dos turnos —hasta las 11 de la noche— a cerrar a las 4:30 de la tarde. No por falta de clientes, sino por cuidar a su gente.
“Quería que mis colaboradores llegaran a sus casas antes de oscurecer; para mí, eso era más importante”, relata. La decisión, lejos de afectar al negocio, fortaleció el sentido de comunidad y compromiso.
Hoy, en medio de la situación de inseguridad, sigue protegiendo a sus trabajadores y trabajadoras.

“Resiliencia es hacer con lo que tenemos lo mejor para dar lo mejor”, resume Alma. En esa frase se condensa la filosofía que los ha sostenido tres décadas: cuidar, escuchar, servir y resistir.
Hoy, El Resta de las Marías es parte de la memoria colectiva de Culiacán. Un punto de encuentro donde los clientes frecuentes son llamados por su nombre, donde los platillos se cocinan al gusto de cada quien, y donde los valores pesan más que las ganancias. En cada taza de café y en cada saludo hay una historia de esfuerzo, de familia y de amor por lo bien hecho.
Porque, al final, en este rincón de Sinaloa, el sabor se mezcla con la humanidad, y esa es una receta que nunca pasa de moda.

